«Es la derrota más bella de mi vida», reconoció Mourinho con su sonrisa burlona tras eliminar al Barça con el Inter en las semifinales de la Copa de Europa. Justo después de que se activaran los famosos aspersores
José Mourinho llegó al Camp Nou rodeado de guardaespaldas. Un puñado de estibadores que, más allá de cumplir con sus funciones embutidos en trajes de enterrador, apartaban a los fotógrafos del púlpito mediático con la mano bien abierta. «Pero que conste que no los necesito», se pavoneaba el entrenador.
Era la tarde del 27 de abril de 2010, la víspera de la vuelta de las semifinales de la Champions en la que el Inter debía defender frente al Barcelona el 3-1 obtenido en el Giuseppe Meazza de Milán. El técnico tomó la palabra consciente de que su buenaventura también iba a depender de lo que allí dijera. «Lo que para el Barcelona es antimadridismo, para nosotros es un sueño. Su obsesión se llama Real Madrid y Bernabéu». «Es un psicólogo de pacotilla», le respondió el presidente Laporta. Después, el portugués tomó camino hacia la salida. Se subió a una furgoneta. Un grupo de exaltados aguardaba en la salida para golpear la chapa del vehículo. Mourinho ni se inmutó.