Javi Gracia supervisa un entrenamiento.

La mentira tiene las patas cortas. Esa frase hace semanas que ronda la cabeza de Javi Gracia pero anoche, alrededor de las once, cuando el club comunicó «al 90%» que no llegaría ningún fichaje, se le hizo más presente. El técnico navarro se siente engañado por los dirigentes del Valencia, que le dibujaron un equipo diferente al que le condenan a entrenar. Por eso, levantó el teléfono y pidió una reunión con el presidente Anil Murthy, su único interlocutor válido porque, a diferencia del resto de entrenadores de la era Meriton, a Peter Lim no lo conoce, nunca ha cruzado con él una palabra.

Dimisión es el paso que a Gracia le pide el cuerpo. Sus mensajes de las últimas semanas insistiendo en la necesidad de contratar refuerzos para que el equipo compita con garantías han caído en saco roto . Le decían que llegarían y no han llegado. Ninguna sorpresa, pero su ánimo ha decaído y percibe una falta de respeto a su trabajo que, cuando se tuerzan un poco más los resultados, acabará costándole el puesto.

El entrenador es la última tabla a la que aferra el valencianismo, que comprueba cómo Peter Lim ha dejado el equipo a la deriva. Ya no es importante ni económica ni recreativamente. No solo lo ha condenado a sobrevivir por sus propios medios, sin aportaciones del máximo accionista, sino que lo lastra en la toma de decisiones. Escudados en la crisis del Covid, el Valencia ha vendido por 60 millones de euros fijos y otros 20 en variables a jugadores emblema de su plantilla: ParejoCoquelinRodrigo Ferran Torres, además de dejar marchar a Ezequiel Garay. En coste de fichas, el ahorro bruto pude rondar los 14 millones de euros anuales. Frente eso, cero euros de inversión en fichajes o cesiones, el pago de las fichas a los jugadores con pagarés con el aval de la financiera Gedesco y racaneo de los finiquitos por los despedidos de la era ‘Marcelino-Mateu’.