El Levante puede mirar al Valencia por encima de hombro, a la altura de los cinco puntos de ventaja que le lleva en la clasificación, con los deberes de la permanencia hechos y el dulce sabor que deja volver a llevarse un derbi cinco temporadas después. Aquel solitario gol de Rossi tuvo un digno heredero en el de Roger, prematuro pero suficiente para reflejar en el marcador la superioridad que se vio en el campo.
El Valencia emuló en el Ciutat de València el descorche de una botella de cava: explosivo al inicio pero con su fuerza diluida con el paso de los minutos. Se acercó a Aitor lo justo, dos fogonazos de Kang In en los diez primeros minutos, y luego se dedicó a temblar. Era un equipo con tantas dudas que hasta el Levante lo leyó frotándose las manos. Lo sometió.
Las bajas de jugadores como Gayà, Soler, Racic y Maxi, cuatro titulares imprescindibles, animaron a Javi Gracia a intentar un cambio de sistema, una apuesta que desconcertó a sus jugadores y se convirtió en suicida. Paulista, Guillamón y Diakhaby fueron incapaces de acoplarse a un sistema que les obligaba a multiplicar su atención, una especialidad en la que no destaca ninguno. Y ni Correia ni Lato fueron de ayuda. El Levante vio la herida y hurgó. Olvidada la debacle en Anoeta, la opción de llevarse un derbi cinco temporadas después les hacía volar.